Es domingo, 19 de diciembre de 2010. Diez años después de dejar atrás las aguas de este océano regreso momentáneamente a ellas para completar las páginas en blanco que quedan en este cuaderno que lleva una década durmiendo en un rincón de mi camarote. Veamos, tendré que hacer un esfuerzo por recordar... ¿Cómo empezó todo?
Sí, ya recuerdo. Mi andadura por este océano comenzó hace nada menos que quince años. Esto quiere decir que he vivido casi más años después de entrar a navegar por estos mares que antes. En momentos como éste es cuando uno se da cuenta de cómo pasa el tiempo...
Como decía, el desembarco se produjo en 1995. Por aquel entonces se implantaba por primera vez en el "Domingo Miral" la Enseñanza Secundaria Obligatoria, de modo que nuestra generación fuimos los "conejillos de indias" de tal experimento.
Como ocurre a todos los marineros en ese primer curso, pasamos de ser los mayores del colegio a ser los enanos del instituto. Como además éramos los primeros en cursar el nuevo plan de estudios, sentíamos (no porque fuera cierto, sino porque es así como nosotros creíamos que era), que todos los ojos se clavaban en nuestras espaldas por los pasillos.
Los años vividos por estos mares, ahora con el paso del tiempo, los recuerdo con gratitud y nostalgia. Es curioso cómo los años vividos cambian la perspectiva de las cosas. Lo que en un momento nos parece casi una tortura, años más tarde lo recordamos como una de las mejores experiencias que hemos vivido.
La navegación en este océano adquirió su momento de mayor esplendor durante el tiempo en que formé parte del equipo de redacción-maquetación del periódico O Choben. Durante ese curso casi podría decir que me trasladé a vivir al barco pirata. Casi todas las tardes las pasaba allí, con los compañeros redactores. Una de esas tardes leí en el tablón de anuncios las bases de un concurso literario para jóvenes que convocaba el Ayuntamiento de Monzón y decidí escribir algo. Como en casa no tenía ordenador pedí permiso a los almirantes para utilizar los de la sala de informática con el fin de maquetar allí el cuento que estaba escribiendo. Así que entre las clases, el trabajo en el periódico y la redacción del cuento, pasé más horas en el océano que en tierra paterna.
El esfuerzo mereció la pena. El número 7 de O Choben consiguió ver la luz el 13 de junio de 1997 después de un largo periodo de gestación. Ese año el equipo de trabajo era muy reducido, tanto tanto que terminamos sólo cuatro personas (dos profesores y dos alumnos). Quizá por eso el resultado fue aún más gratificante. Costó mucho esfuerzo, pero... ¡salió adelante!. El cuento titulado "En noches de luna clara" consiguió el segundo premio en el certamen "Mariano de Pano y Ruata" en Junio del mismo año.
Pero volvamos a la cubierta. Allí es donde compartíamos los mejores momentos entre la tripulación y los pasajeros. Puedo decir con total certeza que no guardo ningún mal recuerdo de ninguno de los almirantes. Todos me aportaron algo, de todos aprendí algo, no sólo de la materia que ellos enseñaban, sino también de educación en valores.
Recuerdo con especial gratitud la sonrisa cercana de Nieves Porta, la profesionalidad de Marisa Bailo, la pulcritud en las anotaciones en la pizarra de Nieves Orosa, la cordialidad de Javier Lafalla, la exigencia de Concha Lalana, las salidas al Paseo de la Cantera con Diego Muñoz-Cobo para ver las terrazas fluviales, la primera clase de inglés con Teresa Martín, en la que sólo la única frase que dijo en castellano fue: "Buenos días, me llamo Teresa y a partir de ahora hablaré en inglés". En ese instante el pánico invadió el aula...
Tampoco olvidaré las clases de "Historia en el campo de batalla" de Alejandro Calvo, así como las bromas que le gastábamos a veces, escribiendo caracteres árabes en la pizarra, de modo que cuando entraba y los veía mal escritos, empezaba a darnos una clase de Grafología... y así nos librábamos de una clase de Historia.
Memorable también la humildad de Antonio Core en el "Homenaje a Lorca" en junio de 1998, cuando tras finalizar la representación teatral salimos todos al escenario y llamamos a los profesores que habían participado en la preparación. Él no quiso salir, tampoco posó después en la foto. Sí que aceptó la rosa roja que habíamos comprado para los profes. Desde aquí para él, mi recuerdo.
Todos estos almirantes dejaron su huella en el cuaderno de ruta de muchos marineros, pero también lo hicieron los tripulantes encargados de otros servicios: José Luis y Conchita, los conserjes; el equipo encargado de la limpieza: Celia, Pili y Lydia (y las que llegaron después). ¿Qué habría sido de este viaje sin ellos?.
Para todos ellos, para todos con los que en algún momento de la navegación compartimos risas, juegos, bromas, decepciones, castigos, proyectos, ilusiones... Para los que están en estos mares y en otros, para los que se fueron para siempre...
¡GRACIAS!Recordar el pasado es volver a vivir...
Un resumen de libro de ruta precioso, certero, sobre todo, en todos los detalles comentados en los que forme parte. Gracias por los recuerdos. Lydia
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