lunes, 25 de octubre de 2010

"De tatuajes y cicatrices". Jesus Ezquerra, ex-almirante

Jesús Ezquerra, ex-almirante de estas aguas del Oceáno Domingo Miral, respondió amablemente a nuestra entrevista. Tanto que nos envió este texto, lleno de recuerdos especiales que ha querido compartir con todos los tripulantes. Recuerdos personales, "esos momentos"...:
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De tatuajes y cicatrices

Me hacéis muchas (demasiadas) preguntas:

¿Cuántos cursos diste clase y cuántos años hace? ¿Qué materias y en qué cursos?
¿Qué haces ahora? ¿Cómo describirías a los marineros/as a los que diste clase?
¿Alborotadores, trabajadores, vagos? ¿Alguna anécdota surrealista de esos años?
¿Te sentiste bien acogido y tratado? ¿Nos echas de menos? ¿Quieres saludar a
alguien especialmente? ¿Cómo sería la clase de tus sueños y tu grupo de alumnos
ideal? ¿Y tú instituto ideal?...


Queridos amigos, la andanada de preguntas que me lanzáis parece una ficha policial. Yo imagino el encuentro con unos piratas de otra manera: en cubierta al atardecer, fondeado el bergantín ante la isla de la Tortuga, hablando a voz en grito en torno a una botella de ron y mostrando cicatrices y tatuajes.
Eso es lo que puedo, si me permitís, mostraros: cicatrices y tatuajes. Unas y otros no se pueden borrar. Van con nosotros. Son efecto de decisiones no siempre sensatas, de aventuras involuntarias, de encuentros y desencuentros, de duelos, de batallas (de amor y de las otras)... es decir, de la vida. La escritura de la vida sobre nuestro cuerpo. Escritura no siempre descifrable (¿es descifrable lo vivido?). Vosotros, mis queridos compañeros y alumnos del Domingo Miral formáis parte de esa escritura que la vida ha inscrito en mí.

   Ahí van algunos tatuajes:
   Recuerdo ciertas tardes de primavera, al salir de alguna reunión del Instituto (alguna interminable Comisión de Coordinación Pedagógica, probablemente) quedarme extasiado ante el reflejo del sol dorado de la tarde en la cumbre nevada del pico Collarada.
   Recuerdo algunas clases de psicología, en las que representamos mis alumnos y yo, a puerta cerrada, sólo para nosotros, la obra teatral de J.-P. Sartre A puerta cerrada.
   Recuerdo el eclipse de sol el 11 de agosto de 1999: Jaca parecía de plata.
   Recuerdo las parejas de alumnos que se besaban en el rincón que hay justo enfrente del departamento de filosofía. Debía de parecerles acogedor. En esos momentos me sentía feliz de que ese departamento no les resultara hostil.
   Recuerdo, al llegar al instituto por la mañana, dos milanos reales sobrevolando a una altura increíblemente baja el Domingo Miral. 
   mail Recuerdo a los pequeños de primero de la E.S.O. dibujando caricaturas del profesor de guardia (es decir, yo). Aún las conservo. mail2

 

 

 


   Recuerdo haber visto por el mail4Paseo de la Cantera a un rebaño de ovejas cada una de ellas con las letras JA (de Jaca, supongo) pintadas en el lomo: un rebaño-carcajada, pensé.

  
   Recuerdo el castaño cuyas ramas se asomaban a la ventana del Departamento. Recuerdo sobre todo a mis inolvidables compañeros en la imposible y necesaria tarea de enseñar: María José, Miguel Ángel, Lola, María Pilar, María Luisa, Javier, Germán, Luis, Patricia, Pepe, Carmen, Pilar…

Y una cicatriz:
   Debo confesaros que no sé enseñar. Y además que me he encontrado, y muy pronto, con las limitaciones de mi propia ignorancia. El que haya podido enseñar algo a alguien es tan inexplicable, absurdo y bello como el amor. Por eso nunca he entendido que exista una ciencia llamada “pedagogía”. ¿Existe acaso una ciencia del amor?
   Cuando me invitasteis a responder a esta entrevista me tratasteis de ex almirante. Nunca he sido un almirante en el Domingo Miral. Como mucho un grumete, un aprendiz en el difícil arte (que no ciencia) del magisterio.


-Jesús Ezquerra-

Y gracias a él podemos disfrutar esta obra de arte:

CARICA~1

5 comentarios:

  1. Quizás la pedagogia no sea una ciencia pero le aseguro que sus clases tratando al alumno como un "adulto limitado" en el discurso distante y en la cercania mas cariñosa para aquellos que se atrevian entrar en el juego del dialogo. No podrá ser olvidaba.
    Ahora quizás en otros aires universitarios, da pena recordar que jamás abordamos su campo como usted queria por (en palabras suyas), "la espada de Damocles" de la Selectividad.

    Un saludo!

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  2. Me alegro de que se haya encontrado.

    Realmente, siempre quise saber qué hacía usted dando clases; sus discursos filosóficos de librillo eran mucho menos de lo que podía realmente ofrecer, y así lo mostró en quizá alguna ocasión.

    Cómo pasa el tiempo como para que me dirija a (tí) usted, con un trato digno de caballero... es sólo eso, el tiempo, lo que provoca este tipo de dirección, por que ni por mucho fue usted así (de caballeroso) conmigo durante mi periodo lectivo.

    He de decir que sí, me enseñó a reflexionar, y aún más, recordará el debate (casi entre usted y yo) que creamos a cerca de "El coma como estado ¿vital?" (aunque pueda sonar absurdo a muchos).

    En algún recoveco se que guarda un cariño especial a mi persona, y sé que si cae en el debate, caerá en mí y añadiré, yo le quiero a usted, tanto como usted a mí.

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  3. Recuerdo sus clases con muchísimo cariño. Aprendí mucho, realmente mucho en ellas, sepa enseñar o no. Me apena no haber sido menos tímida para intervenir, pero no hay vuelta atrás ahora.
    Su actitud hacia nosotros era increible, realmente en esa clase, nos instaban a pensar, como adultos, y no sólo a aprender de forma mecánica.
    Me ha hecho mucha ilusión esta entrevista.

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  4. Tras el instituto, una carrera de cinco años (Filología Clásica) y un máster, aún así, Jesús Ezquerra sigue siendo el mejor profesor que he tenido, y una de las personas más interesantes con las que he tenido el placer de coincidir en la vida (que muy pocas han sido).
    Con cariño desde un rincón de la facultad.

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  5. No entiendo como puede decir usted que no sabe enseñar. A mí me gustaron sus clases, tanto las de filosofía como las de psicología. Hacían pensar, algo que no es muy habitual en nuestro sistema educativo (y si me lo permite, en el mundo en general).
    El mejor profesor no es el que te suelta una parrafada y se va de la clase tan tranquilo. Eso no es enseñar, y lo puede hacer hasta un loro. El buen profesor es el que te va guiando por el aprendizaje, pero a la vez deja que descubras cosas por tí mismo. Ese no sólo te enseña una materia (en su caso filosofía), te enseña a aprender y a vivir en este mundo, que dicho sea de paso, me parece mucho más importante que saberte una parrafada que con suerte se mantendrá en la cabeza unos años
    Con cariño desde otro rincón de la facultad

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